domingo, 10 de julio de 2011

Las Flores de Equinoccio - Yasujirô Ozu

TITULO ORIGINAL Higanbana
AÑO
1958
DURACIÓN
118 min.
PAÍS Japón
DIRECTOR Yasujiro Ozu
GUIÓN Yasujiro Ozu, Kôgo Noda
MÚSICA Kojun Saitô
FOTOGRAFÍA Yuuharu Atsuta
REPARTO Shin Saburi, Kinuyo Tanaka, Ineko Arima
PRODUCTORA Shochiku
GÉNERO Drama








Las Flores de Equinoccio - Yasujirô Ozu

La vida del hombre está hecha de dificultades y momentos brillantes que requieren de decisión ante la disyuntiva del cambio. A una fuerza que el hombre propone se le contrapone una opuesta que se siente igual en sus derechos. Todos los días de una vida, desde el principio hasta el final, el hombre vive entre equinoccios que suceden a su alrededor y de los cuales él forma parte sin querer o queriéndolo con todas sus fuerzas.
El Japón de los cincuentas es un país en ebullición, donde los antiguos fundamentos a pesar de su sustancia y riqueza son cuestionados por una nueva generación que surge desde las entrañas de la anterior. Son los hijos de la antigua generación y no personajes ajenos los que proponen los cambios, son esos hijos propios los que intentan refundar lo ya hecho por los padres. Es en el Japón de Ozu donde somos testigos de un equinoccio en toda regla. Allí, padres e hijos convergen en la misma estación y esperan que sea el otro el que se suba al tren. Al tren que finalmente uno de los dos termina por tomar, a veces en dirección contraria, otras, en la misma dirección, pero un poco o mucho más allá.
Dejar la estación implica renunciar. Allí radica la dificultad del cambio; en saber que dejamos algo igual de valioso atrás. La renuncia implica a su vez para el contrario, el dejar que aquel otro que queremos, tome el tren y nos abandone tal vez para siempre.
Yasujiro Ozu en algún momento de los 50’s decidió filmar a color; las “Flores de Equinoccio” sería su primera película de este tipo. Él también iba a la estación y renunciaba a una cosa para tomar otra; así el viejo maestro japonés empezaba ante los ojos de nuevas y viejas generaciones, por decirlo así, un segundo día de primavera.

La película es introducida por dos personajes ajenos a la historia principal, que como efectivos narradores en el diálogo que desarrollan, nos cuentan en pocas líneas el estado de las cosas tal como están. Desde una visión pesimista, su crítica a las novias de hoy, es una crítica velada a la situación que viven.
El matrimonio por conveniencia es una tradición que se ve amenazada por los cada vez más populares matrimonios por amor que se van dando con más frecuencia en el Japón de los 50’s. Hirayama, el personaje principal, compara su situación pasada con la situación de los novios en el casamiento donde asiste y no le queda más que alabar la buena suerte que ellos tienen.
Pero aquella actitud que se da en un acto público no concuerda con su parecer privado y más íntimo. Mientras llega a su casa y lentamente se va sacando las ropas occidentales, aquel desarrolla un diálogo con su esposa que nos lo revela en su real ser o en su núcleo más básico; Hirayama después de todo es japonés, viste como japonés y se siente como japonés en relación a los matrimonios por conveniencia, al menos como un japonés que es chapado a la antigua usanza. Quiere para su hija lo que no desea para los hijos de otros. Ozu es un maestro para quitar y aumentar capas a sus personajes con extrema delicadeza. El cambio en la visión que tenemos de Hirayama se da en menos de un minuto, pero se ha dado sin violencia y sin que el personaje nos resulte antipático. El director nos muestra a un padre preocupado por su hija que resulta contradictorio y complejo. Pero nunca antipático, sino humano.
Esta complejidad en aquel se da también por las situaciones complejas con las que tiene que lidiar. Así en la siguiente escena y ya en su oficina, Hirayama recibe la visita del Sr. Mikami y la Sra. Sasaki, que tienen dos noticias que lo llevan rápidamente a asumir dos actitudes muy distintas con respecto a lo mismo. De tratar de conciliar la diferencia entre la hija y el padre en el asunto de Mikami, a crear la diferencia entre la hija y la madre en el caso de la Señora Sasaki. Hirayama no da aún la ayuda comprometida al primero y ya está aconsejando a la hija de la segunda contra el deseo de su madre. Complejo y humano, Ozu ha dado vuelta a la situación nuevamente sin ningún artificio ni violencia.

Los padres e hijos realizan distintas alianzas y conspiraciones entre ellos, con muy buenos fines, pero con fines opuestos al ser usados en contra de alguna de las partes interesadas. La vieja institución japonesa del matrimonio es la causante de las desavenencias entre sujetos de familias que llevan relaciones armónicas, pero relaciones con fisuras cuando se trata de conciliar pasado con futuro.
Hirayama que veía su relación familiar estable en comparación con la de otros, es desengañado por la repentina entrada en escena del pretendiente de su hija.
La oposición del padre, es la oposición del padre preocupado pero también autoritario. La severidad de sus formas se ve realzada por la cámara estática de Ozu que permite a Shin Saburi, actor que caracteriza a Hirayama, expandirse en su personaje y aprovecharlo con nuevos matices.
A Saburi, uno de los actores predilectos de Ozu y con el que actúa en cinco películas en el lapso de veinte años, lo vemos cambiar de padre enojado a señor comprensivo y de nuevo al primero, una y otra vez. El tándem Ozu-Saburi juega en pared por el resto del film y nos deleitan con la dirección actoral del primero y la maestría del arte del segundo.
Aún Ozu en situaciones tan serias como las tratadas tiene la delicadeza agregada del artesano fino para jugar con la comedia en el personaje del empleado Kondo en su relación con Hirayama.

Cuando Hirayama es víctima de la trampa urdida por su propia hija y la hija de los Sasaki, no le queda más remedio que aceptar su derrota luego de verse descubierto en sus circunstancias y acorralado por los reclamos de su mujer, que le hace notar las contradicciones e inconsistencias de su discurso. En su defensa final podemos decir que deja una de las sentencias más bellas dadas a un hombre derrotado y que resume el sentir de todos aquellos que por querer bien aunque erradamente, han caído en el juego y las contradicciones de la vida:

“La vida está llena de inconsistencias. La suma total de todas las inconsistencias de la vida, es la vida en sí misma”

Hirayama con esto concede la derrota, pero eso no le impide seguir pensando en que su razón, aunque inconsistente, tiene puntos y anclas que se sostienen y descansan sobre la realidad. Esa realidad que pasada la etapa de enamoramiento y el terco empeño, da comienzo a la vida en común y por ende a las verdaderas dificultades.
A pesar de su confusión y resquemores, a Hirayama no se le tiene que convencer de mucho para asistir al casamiento de su hija y luego también para pasar a visitarla en Hiroshima.
En este caso es él quien toma el tren en búsqueda de la hija que renuncia al hogar familiar para irse con su nuevo esposo. Hirayama también ha renunciado a ella, pero asimismo puede decidirse a no perderla ¿Una contradicción más?...sí, pero qué importa. El amor de un padre también es una inconsistencia, porque finalmente busca abarcarlo todo y lo abarca todo.
Ozu, por su parte, peca de consistencia con este film, y se anota otra obra maestra.


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lunes, 4 de julio de 2011

La Chienne - Jean Renoir

Ficha técnica

"La chienne" · Francia · 1931
· Dirección: Jean Renoir
· Guión: Jean Renoir, André Girard (basado en la novela "La Chienne" de Georges de La Fouchardière)
· Fotografía: Theodor Sparkuhl
· Montaje: Marguerite Renoir
· Duración: 91 minutos

Actores principales

Michel Simon .... Maurice Legrand.
Janie Marèse .... Lucienne "Lulú" Pelletier.
Georges Flamant .... Andre "Dédé" Govain.




La Chienne - Jean Renoir

Decir Legrand, no es ni parecido, ni lo mismo que andar escribiendo “le grand” *. Y nunca hasta la historia filmada por Renoir hubo tanta diferencia entre sus significados.
En contraste a lo que dice Machado, Legrand, es en el mal sentido de la palabra, un hombre bueno. Su historia, no es una fábula moral, es la vida tal como necesita ser contada.

Desde el comienzo hasta el final de la historia, la vida del protagonista transcurre por los márgenes del mundo. Legrand, es apartado y se aparta por sí solo. Aquel es despreciado por su mujer no sabemos desde cuando, sólo podemos inferir y suponer que lo es desde siempre, y a su vez ya conocedores de su historia, no nos ha de extrañar cuán rápido luce relegado en los afectos de Lulú.
Tan apartado del mundo que hasta en su rostro, en la expresión de aquel, se le nota. Y sin embargo, anda casado y tiene amante. Ninguna de ellas lo quiere de verás. Ninguna de ellas podría apiadarse de lo que el mismo Legrand pinta en sus cuadros; pinta en ellos escenas tristes, se viste a sí mismo, hace autorretratos.

El drama de Legrand es que no puede pintar mejores retratos que los ya pintados o transfigurarse en algo igual o superior que las imágenes ya colgadas en su casa.
Para su esposa, el primer marido, Alexis, es mejor hombre que Legrand a pesar de los vicios, y a pesar de los años de muerto. Ella ve en el difunto a un hombre, en el segundo esposo ve la mala imitación, la pintura mal hecha.
El protagonista, merced a su enamoramiento, va de visita y vive en las nubes, incluso cuando no le permiten subir los tres pisos hacia el departamento de su querida. Legrand paga los lujos que no conoce y mantiene a una amante que lo desprecia y engaña. Desprecio y engaño, vemos a aquel muy pronto dando vueltas alrededor de su fracaso.
¿Tendremos piedad de él?...no. No podemos, al menos en la primera mitad del film no podremos. No es una fábula moral la que vemos y Legrand al nacer ante nuestros ojos, ha nacido para no ser querido siquiera por nosotros, espectadores de fuera.

Hay mucho de ajeno en Legrand. Mucho, que no le permite conectar con su paso por el mundo. Tiene el talento que podrían tener dos buenos pintores y es así que los termina siendo; un hombre y una mujer, un Legrand y una Clara Wood.
Las personas que revolotean sobre el hombre primigenio no tienen cuidado en aprovecharse de aquel. Matan muchas veces a la gallina de los huevos de oro. Se arriesgan. Pero al pintor parece no importarle.
Alma de cándido, a pesar de ser también pecador, Legrand no reacciona más que para preguntar e inquirir aquí y allá por sus cuadros que ve en una vitrina con otro nombre. No acusa luego de indagar, sólo acepta las explicaciones.
Lulú, la chienne, es la que toma las ropas de aquel. La protagonista del engaño. Pero no la peor de las personas y de los personajes. Víctima de sus circunstancias, sufre y disfruta el momento en el que vive. Como una perra, muestra los dientes a quien la busca acariciar y lame la mano de aquel otro, quien la trata mal y peor. Amada por Legrand y usada por Dédé, se desvive por este último a expensas del primero.

Legrand logra resolver parte de sus problemas al acabar con el matrimonio infeliz gracias a un azar del destino y a una malicia que le desconocíamos de primera mano. Todo hombre puede cambiar si está cegado por el amor y más si aquel amor es apasionado. Legrand luce apasionado por la “chienne” y aunque duda de robar en su trabajo, roba también. Y hará luego peores cosas por ella.

Descubierto el engaño, la libertad recién ganada se transforma en derrota y prisión. Sobrio y ya no borracho se da cuenta de quien tiene al frente. Empapado a la fuerza por su nueva realidad, sube y sufre las mismas escaleras donde por primera vez los encontró. Todo es una alegoría en la obra de Renoir, el mundo como una carga pesada que necesita ser vivida, si es necesario de vuelta, de verás, con los cinco sentidos.
Pero aún le quedan fuerzas para volver e intentar redimir a la amada, el crimen posterior equivale a una desesperación por no lograr su cometido, equivale a ese drama íntimo mostrado en sus distintas capas por las tomas del director.

Aún cuando quiere hacer el mayor bien, Legrand es burlado, y luego, cuando logra cometer el mayor mal, no consigue ser tomado en serio por la sociedad. La sociedad lo ve ajeno, menos que una pequeña cosa, como alguien incapaz de cometer mayor mal. Un pobre diablo.
Esa misma sociedad que reúne un gentío a las afueras del edificio donde se comete el asesinato, es esa misma sociedad que no se da cuenta de su presencia cuando sale por la puerta del frente. Es casi un fantasma, un no ser.
Es a Dédé Joquin a quien le echan la culpa de un crimen que no comete. Y es a Dédé Joquin a quien sentencian.

Entonces, ¿El mundo ha tenido piedad de Legrand?...no, simplemente no lo ha considerado capaz de hacer el mal o incluso de hacer bien, sabiéndolo bueno.
Sus pinturas podrán viajar en automóvil y lucirse en vitrinas, mientras aquel se vea convertido en mendigo. No hay fábula moral, como los títeres nos advierten en un principio. Todos han perdido. Sólo que otros han perdido más y más rápido.

El director francés resuelve con maestría una historia de derrota, que no es triste, sino agridulce.
Sí, Renoir ha logrado ponernos si no del lado, al menos en el lugar de Legrand casi al final de la historia. Casi sin darnos cuenta, ha logrado vencer nuestros resquemores con respecto a un personaje difícil de ser estimado y eso más que un mérito que puede ser fruto de cualquier alumno, es obra de un maestro consumado. De alguien que vive y sabe también de la vida.


* Significa gran o grande en francés.

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