lunes, 4 de julio de 2011

La Chienne - Jean Renoir

Decir Legrand, no es ni parecido, ni lo mismo que andar escribiendo “le grand” *. Y nunca hasta la historia filmada por Renoir hubo tanta diferencia entre sus significados.
En contraste a lo que dice Machado, Legrand, es en el mal sentido de la palabra, un hombre bueno. Su historia, no es una fábula moral, es la vida tal como necesita ser contada.

Desde el comienzo hasta el final de la historia, la vida del protagonista transcurre por los márgenes del mundo. Legrand, es apartado y se aparta por sí solo. Aquel es despreciado por su mujer no sabemos desde cuando, sólo podemos inferir y suponer que lo es desde siempre, y a su vez ya conocedores de su historia, no nos ha de extrañar cuán rápido luce relegado en los afectos de Lulú.
Tan apartado del mundo que hasta en su rostro, en la expresión de aquel, se le nota. Y sin embargo, anda casado y tiene amante. Ninguna de ellas lo quiere de verás. Ninguna de ellas podría apiadarse de lo que el mismo Legrand pinta en sus cuadros; pinta en ellos escenas tristes, se viste a sí mismo, hace autorretratos.

El drama de Legrand es que no puede pintar mejores retratos que los ya pintados o transfigurarse en algo igual o superior que las imágenes ya colgadas en su casa.
Para su esposa, el primer marido, Alexis, es mejor hombre que Legrand a pesar de los vicios, y a pesar de los años de muerto. Ella ve en el difunto a un hombre, en el segundo esposo ve la mala imitación, la pintura mal hecha.
El protagonista, merced a su enamoramiento, va de visita y vive en las nubes, incluso cuando no le permiten subir los tres pisos hacia el departamento de su querida. Legrand paga los lujos que no conoce y mantiene a una amante que lo desprecia y engaña. Desprecio y engaño, vemos a aquel muy pronto dando vueltas alrededor de su fracaso.
¿Tendremos piedad de él?...no. No podemos, al menos en la primera mitad del film no podremos. No es una fábula moral la que vemos y Legrand al nacer ante nuestros ojos, ha nacido para no ser querido siquiera por nosotros, espectadores de fuera.

Hay mucho de ajeno en Legrand. Mucho, que no le permite conectar con su paso por el mundo. Tiene el talento que podrían tener dos buenos pintores y es así que los termina siendo; un hombre y una mujer, un Legrand y una Clara Wood.
Las personas que revolotean sobre el hombre primigenio no tienen cuidado en aprovecharse de aquel. Matan muchas veces a la gallina de los huevos de oro. Se arriesgan. Pero al pintor parece no importarle.
Alma de cándido, a pesar de ser también pecador, Legrand no reacciona más que para preguntar e inquirir aquí y allá por sus cuadros que ve en una vitrina con otro nombre. No acusa luego de indagar, sólo acepta las explicaciones.
Lulú, la chienne, es la que toma las ropas de aquel. La protagonista del engaño. Pero no la peor de las personas y de los personajes. Víctima de sus circunstancias, sufre y disfruta el momento en el que vive. Como una perra, muestra los dientes a quien la busca acariciar y lame la mano de aquel otro, quien la trata mal y peor. Amada por Legrand y usada por Dédé, se desvive por este último a expensas del primero.

Legrand logra resolver parte de sus problemas al acabar con el matrimonio infeliz gracias a un azar del destino y a una malicia que le desconocíamos de primera mano. Todo hombre puede cambiar si está cegado por el amor y más si aquel amor es apasionado. Legrand luce apasionado por la “chienne” y aunque duda de robar en su trabajo, roba también. Y hará luego peores cosas por ella.

Descubierto el engaño, la libertad recién ganada se transforma en derrota y prisión. Sobrio y ya no borracho se da cuenta de quien tiene al frente. Empapado a la fuerza por su nueva realidad, sube y sufre las mismas escaleras donde por primera vez los encontró. Todo es una alegoría en la obra de Renoir, el mundo como una carga pesada que necesita ser vivida, si es necesario de vuelta, de verás, con los cinco sentidos.
Pero aún le quedan fuerzas para volver e intentar redimir a la amada, el crimen posterior equivale a una desesperación por no lograr su cometido, equivale a ese drama íntimo mostrado en sus distintas capas por las tomas del director.

Aún cuando quiere hacer el mayor bien, Legrand es burlado, y luego, cuando logra cometer el mayor mal, no consigue ser tomado en serio por la sociedad. La sociedad lo ve ajeno, menos que una pequeña cosa, como alguien incapaz de cometer mayor mal. Un pobre diablo.
Esa misma sociedad que reúne un gentío a las afueras del edificio donde se comete el asesinato, es esa misma sociedad que no se da cuenta de su presencia cuando sale por la puerta del frente. Es casi un fantasma, un no ser.
Es a Dédé Joquin a quien le echan la culpa de un crimen que no comete. Y es a Dédé Joquin a quien sentencian.

Entonces, ¿El mundo ha tenido piedad de Legrand?...no, simplemente no lo ha considerado capaz de hacer el mal o incluso de hacer bien, sabiéndolo bueno.
Sus pinturas podrán viajar en automóvil y lucirse en vitrinas, mientras aquel se vea convertido en mendigo. No hay fábula moral, como los títeres nos advierten en un principio. Todos han perdido. Sólo que otros han perdido más y más rápido.

El director francés resuelve con maestría una historia de derrota, que no es triste, sino agridulce.
Sí, Renoir ha logrado ponernos si no del lado, al menos en el lugar de Legrand casi al final de la historia. Casi sin darnos cuenta, ha logrado vencer nuestros resquemores con respecto a un personaje difícil de ser estimado y eso más que un mérito que puede ser fruto de cualquier alumno, es obra de un maestro consumado. De alguien que vive y sabe también de la vida.


* Significa gran o grande en francés.

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